El sarampión, que también se llama sarampión rojo, es una enfermedad viral contagiosa. Por lo general, causa un salpullido rojo, sin comezón, en la mayor parte del cuerpo.
Otros síntomas son similares a los causados por el resfriado común, como fiebre alta, estornudos, dolor de garganta, tos, glándulas hinchadas, enrojecimiento e irritación de los ojos, cansancio y pérdida del apetito. Aunque el sarampión es mucho menos común actualmente, aún infecta a personas que no han recibido la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola (MMR, por sus siglas en inglés) ni la vacuna contra el sarampión, las paperas, la rubéola y la varicela (MMRV, por sus siglas en inglés). Por ejemplo, los adolescentes o estudiantes universitarios que no han sido inmunizados podrían contraer sarampión mientras están en su entorno escolar.
Si una mujer embarazada contrae sarampión, tiene mayores probabilidades de tener un aborto espontáneo, de tener un parto prematuro o de que el bebé nazca muerto. Pero la infección por sarampión no causa defectos congénitos (de nacimiento).
El tratamiento para el sarampión incluye reposo, beber abundante líquido y tomar acetaminofén u otros medicamentos sin receta para aliviar los síntomas. La mayoría de las personas que tienen sarampión se recuperan sin complicaciones. Pero los bebés, los adultos mayores y las personas que tienen el sistema inmunitario deteriorado corren un mayor riesgo de tener complicaciones, como infecciones del oído, inflamación de la garganta por estreptococos, neumonía o inflamación del cerebro (encefalitis).
El sarampión solía ser común en los niños, pero la vacuna contra el sarampión ha reducido drásticamente la cantidad de casos que sucede cada año.