Prevención del cáncer de hígado (hepatocelular) (PDQ®) : Prevención - información para profesionales de salud [NCI]

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Esta información es producida y suministrada por el Instituto Nacional del Cáncer (NCI, por sus siglas en inglés). La información en este tema puede haber cambiado desde que se escribió. Para la información más actual, comuníquese con el Instituto Nacional del Cáncer a través del Internet en la página web http://cancer.gov o llame al 1-800-4-CANCER.

Aspectos generales

Nota: En esta sección, se resume la evidencia científica publicada sobre la prevención de este tipo de cáncer. En el resto del resumen, se describe la evidencia con más detalle.

Otros resúmenes del PDQ que tienen información relacionada con la prevención del cáncer de hígado (hepatocelular) son los siguientes:

  • Exámenes de detección del cáncer de hígado (hepatocelular)
  • Tratamiento del cáncer primario de hígado
  • Tratamiento del cáncer de hígado infantil
  • Niveles de evidencia de los estudios sobre los exámenes de detección y la prevención del cáncer

¿Quién está en riesgo?

La causa etiológica decisiva de por lo menos 80 % de los casos de cáncer hepatocelular (CHC) en todo el mundo es la infección crónica por el virus de la hepatitis B (VHB) o el virus de la hepatitis C (VHC).[1] Ambos virus de la hepatitis, solos o cuando se presentan con otros factores de riesgo, producen aumentos asombrosos del riesgo de HCC en comparación con su ausencia. Si bien es más probable que los hombres con infección crónica por el VHB o el VHC presenten CHC que las mujeres con la misma infección crónica, la diferencia no se explica por completo debido a la prevalencia variable de otros factores de riesgo.[2] La cirrosis, sin importar su causa, predispone a los pacientes al CHC [3] y está presente en 70 a 90 % de los pacientes de CHC en el momento del diagnóstico.[4] El consumo alto de bebidas alcohólicas es una causa etiológica determinante de CHC porque puede causar cirrosis; además, la presencia del VHB o el VHC aumenta aún más el riesgo.[5] La exposición a la aflatoxina B1 aumenta mucho el riesgo de CHC en personas con infección crónica por el VHB y es posible que también lo haga, pero en menor grado, en personas sin esta infección.[1] La esteatohepatitis no alcohólica (EHNA) aumenta el riesgo de CHC en pacientes que también sufren de cirrosis [6] y, en ocasiones, aumenta algo el riesgo en pacientes sin cirrosis.[7,8] El consumo de cigarrillos también aumenta el riesgo de forma modesta.[9] La hemocromatosis hereditaria no tratada, y ciertas afecciones médicas y genéticas poco frecuentes dan cuenta de aumentos importantes del riesgo de CHC, pero solo en un pequeño porcentaje de casos.[1] No se conoce la incidencia futura de CHC en pacientes con diagnóstico reciente de hígado graso no alcohólico (HGNA) y, debido a que el HGNA puede progresar a EHNA y, como los pacientes de HGNA a veces presentan cirrosis, es posible pensar que los pacientes de HGNA tienen un riesgo elevado.[10] Un diagnóstico de síndrome metabólico (SM) se relaciona con un aumento de riesgo de CHC,[11] del mismo modo que la obesidad y la diabetes de tipo 2, que son componentes habituales del SM.[11] Esas tres afecciones también se pueden presentar de forma simultánea con el HGNA.[12] La coexistencia frecuente de estas cuatro afecciones dificulta la interpretación de las medidas de riesgo específicas del CHC. Se produjeron disminuciones de las tasas de incidencia del CHC después del establecimiento de programas de vacunación contra el VHB;[13] asimismo, el tratamiento con análogos de nucleósidos o de nucleótidos reduce, pero no elimina, el riesgo de CHC en pacientes con infección crónica por el VHB.[14] La sustitución de un suministro de alimentos muy contaminados con aflatoxina B1 por uno que con concentraciones mucho más bajas produjo una reducción de más de 50 % del cáncer primario de hígado.[15] Es posible que el tratamiento del VHC con antivíricos de acción directa que produce una respuesta virológica sostenida reduzca el riesgo de CHC.[16]

Factores con evidencia adecuada de aumento en el riesgo de cáncer hepatocelular

Infección crónica por el virus de la hepatitis B

A partir de evidencia sólida, la infección crónica por el virus de la hepatitis B (VHB) causa cáncer hepatocelular (CHC).

Magnitud del efecto: la infección crónica por el VHB es la causa principal de CHC en Asia y África.[17] El VHB, solo o combinado con otros factores de riesgo, produce aumentos grandes del riesgo de CHC. Aunque el grado de aumento del riesgo varía por la presencia de otros factores o características de la infección, es razonable asumir que, en promedio, los riesgos relativos (RR) de la infección por el VHB son, como mínimo, 5 veces más altos.[2]

Diseño de estudio: estudios prospectivos de cohortes, y estudios de casos y controles.
Validez interna: buena.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Infección crónica por el virus de la hepatitis C

A partir de evidencia sólida, la infección crónica por el virus de la hepatitis C (VHC) causa CHC.

Magnitud del efecto: la infección por el VHC es la causa principal de CHC en América del Norte, Europa y Japón.[17] El VHC, solo o combinado con otros factores de riesgo, produce aumentos sorprendentes del riesgo de CHC. Aunque el grado de aumento del riesgo varía por la presencia de otros factores o características de la infección, es razonable asumir que, en promedio, los riesgos relativos de la infección por el VHC son, como mínimo, 15 veces más altos.[18]

Diseño de estudio: estudios prospectivos de cohortes, y estudios de casos y controles.
Validez interna: buena.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Cirrosis

A partir de evidencia sólida, la cirrosis, sin importar su causa, predispone a los pacientes al CHC.[3] En la mayoría de los casos, el CHC se forma en un hígado cirrótico.[3]

Magnitud del efecto: en estudios de autopsias, 80 a 90 % de las personas que murieron por CHC tenían hígados cirróticos.[3] El riesgo de CHC varía según la causa de la cirrosis: los pacientes con cirrosis relacionada con el VHC tienen mayor riesgo que aquellos con cirrosis relacionada con el VHB; además, quienes tienen cirrosis relacionada con el VHB tienen mayor riesgo que aquellos con cirrosis relacionada con el consumo de bebidas alcohólicas.[17,18] El riesgo acumulado a 5 años de presentar un CHC en pacientes con cirrosis oscila entre 5 y 30 %.[18]

Diseño de estudio: estudios de autopsias, estudios prospectivos de cohortes, y estudios de casos y controles.
Validez interna: buena.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Consumo excesivo de bebidas alcohólicas

A partir de evidencia sólida, el consumo excesivo de bebidas alcohólicas aumenta el riesgo de CHC.[2] El consumo excesivo de bebidas alcohólicas causa cirrosis y se piensa que la formación de la mayoría de los CHC relacionados con el alcohol se produce por esta vía.[3] Sin embargo, los consumidores de exceso de bebidas alcohólicas que no presentan cirrosis también tienen un riesgo elevado de CHC.[3]

Magnitud del efecto: el consumo excesivo de bebidas alcohólicas aumenta el riesgo de CHC a, por lo menos, el doble; en algunos estudios, se indica un aumento de cinco veces, como mínimo.[17] En las personas con infección por el VHB o el VHC, la magnitud de la relación es casi igual.[19] No obstante, el consumo excesivo de bebidas alcohólicas y la infección crónica por el VHC parecen actuar de modo sinérgico con respecto al riesgo de CHC; esto quizás produce un aumento de 100 veces en el riesgo de las personas que no están infectadas y no consumen bebidas alcohólicas en exceso. La presencia de un efecto sinérgico con el VHB es menos constante, aunque en un estudio se observó un aumento de riesgo de 50 veces.[19]

Diseño de estudio: estudio de casos y controles, series de casos y estudios de cohortes.
Validez interna: razonable.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Aflatoxina B1

La aflatoxina B1 es una micotoxina que puede contaminar el maíz y el maní almacenados en ambientes cálidos y húmedos.[1] A partir de evidencia sólida, la exposición a la aflatoxina B1 aumenta el riesgo de CHC.[18]

Magnitud del efecto: en las personas con infección crónica por el VHB, se calcula que la exposición a la aflatoxina B1 aumenta el riesgo en 60 veces.[18] Debido a que la infección crónica por el VHB es muy prevalente en áreas donde la exposición a aflatoxina B1 es un problema medioambiental, es difícil evaluar la magnitud del efecto en personas sin el VHB, aunque los datos limitados disponibles indican que el aumento del riesgo es de cuatro veces.[20]

Diseño de estudio: estudios ecológicos, y estudios prospectivos de cohortes.
Validez interna: buena.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Esteatohepatitis no alcohólica

A partir de evidencia sólida, la esteatohepatitis no alcohólica (EHNA) aumenta el riesgo de CHC.

Magnitud del efecto: en un estudio con 195 pacientes de EHNA y cirrosis, a 13 % se les diagnosticó CHC después de una mediana de seguimiento de 3,2 años.[6] El CHC es infrecuente en los pacientes de EHNA sin cirrosis; sin embargo, se piensa que estos pacientes tienen un aumento modesto en el riesgo de CHC.[7,8]

Diseño de estudio: estudios prospectivos de cohortes, resúmenes de historias clínicas y series de casos.
Validez interna: razonable.
Congruencia: buena.
Validez externa: razonable.

Consumo de cigarrillos

A partir de evidencia razonable, el consumo de cigarrillos aumenta el riesgo de CHC.

Magnitud del efecto: el consumo de cigarrillos, en ausencia de una infección vírica, se relaciona con un aumento modesto (hasta dos veces) del riesgo de CHC. El consumo de cigarrillos y la infección crónica por el VHB o el VHC produce por lo menos un efecto adicional en el riesgo de CHC.[9]

Diseño de estudio: estudios casos y controles, y estudios de cohortes.
Validez interna: razonable.
Congruencia: razonable.
Validez externa: razonable.

Ciertas afecciones genéticas y clínicas poco frecuentes (hemocromatosis hereditaria no tratada, deficiencia de antitripsina-α 1, glucogenosis, porfiria cutánea tardía, tirosinemia y enfermedad de Wilson)

A partir de evidencia sólida, la hemocromatosis hereditaria (HH) no tratada, la deficiencia de antitripsina-α 1 (AAT), la glucogenosis, la porfiria cutánea tardía y la enfermedad de Wilson aumentan el riesgo de CHC, pero causan muy pocos casos.[1] Si no se trata, la HH conduce a cirrosis, aunque hay informes de CHC en pacientes con hígados no cirróticos.[1]

Magnitud del efecto: la HH no tratada produce un aumento de riesgo de por lo menos 20 veces,[17] aunque el riesgo varía de acuerdo con otros factores (incluso las infecciones por el VHB y el VHC). El tratamiento para reducir las reservas de hierro puede disminuir mucho el riesgo. La deficiencia de AAT, la glucogenosis, la porfiria cutánea tardía y la enfermedad de Wilson producen aumentos grandes, pero variados, en el riesgo de CHC.[1]

Diseño de estudio: estudios prospectivos de cohortes (HH) y series de casos (otras afecciones).
Validez interna: razonable (CHC); no corresponde (N/C; otras afecciones).
Congruencia: razonable (CHC), buena (otras afecciones).
Validez externa: razonable (CHC), N/C (otras afecciones).

Factores con evidencia inadecuada de aumento en el riesgo de carcinoma hepatocelular

Hígado graso no alcohólico

A partir de evidencia limitada, algunos pacientes con hígado graso no alcohólico (HGNA) presentarán EHNA o cirrosis.[10] En consecuencia, se asume que el HGNA aumenta el riesgo de CHC.

Magnitud del efecto: en un estudio clínico pequeño, se indicó que entre 20 y 50 % de los pacientes con HGNA quizás presenten EHNA.[10] Es posible que hasta 4 % de los pacientes con HGNA presenten cirrosis.[21] La observación de que los pacientes con HGNA presentan estas afecciones, que se sabe que aumentan el riesgo de CHC, permite concluir que el HGNA aumenta el riesgo de CHC; sin embargo, la incidencia futura de CHC en pacientes con diagnóstico reciente de HGNA no se conoce.

Diseño de estudio: estudios de biopsias y series de casos.
Validez interna: deficiente.
Congruencia: N/C.
Validez externa: N/C.

Síndrome metabólico

A partir de evidencia razonable, el diagnóstico de síndrome metabólico (SM) se relaciona con un aumento de riesgo de CHC.[22]

Magnitud del efecto: en un metanálisis con más de 7000 casos de CHC de 4 estudios, se obtuvo un cociente de riesgos de 1,8 (intervalo de confianza [IC] 95 %, 1,37–2,40) para un diagnóstico de SM. Los cocientes de riesgos combinados variaron (intervalo, de 1,2 [IC 95 %, 0,55–2,53] a 3,7 [IC 95 %, 1,78–7,58]).[23]

Diseño de estudio: estudios de casos y controles, y estudios de cohortes.
Validez interna: razonable.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Obesidad

A partir de evidencia razonable, la obesidad se relaciona con un aumento de riesgo de CHC.

Magnitud del efecto: en numerosos estudios epidemiológicos grandes se indica un aumento de dos veces más del riesgo de CHC en las personas obesas.[11]

Diseño de estudio: estudios de casos y controles, estudios retrospectivos y prospectivos de cohortes.
Validez interna: razonable.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Diabetes de tipo 2

A partir de evidencia razonable, la diabetes de tipo 2 se relaciona con un aumento de riesgo de CHC.

Magnitud del efecto: en numerosos estudios epidemiológicos grandes se indica un aumento de 2 a 4 veces del riesgo de CHC para las personas con diabetes de tipo 2.[11]

Diseño de estudio: estudios de casos y controles, estudios retrospectivos y prospectivos de cohortes.
Validez interna: razonable.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Intervenciones con evidencia adecuada de disminución del riesgo de cáncer hepatocelular

Vacunación contra el virus de la hepatitis B

A partir de evidencia sólida, la vacunación neonatal contra el virus de la hepatitis B (VHB) o la vacunación de rescate a corta edad disminuye la incidencia del CHC en adultos jóvenes.[24]

Magnitud del efecto: se observaron reducciones del riesgo de CHC de por lo menos 50 % en cohortes de niños y adultos jóvenes vacunados en el momento del nacimiento o durante la niñez temprana. Se predice que la vacunación neonatal universal eliminará a la larga 70 a 80 % de los casos de CHC.[24,25]

Diseño de estudio: ensayo controlado aleatorizado (ECA) por conglomerados, tendencias históricas y modelos matemáticos.
Validez interna: buena.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Tratamiento de la infección crónica por el virus de la hepatitis B

A partir de evidencia sólida, el tratamiento de la infección crónica por el VHB con análogos de nucleósidos o de nucleótidos reduce el riesgo de CHC.[14]

Magnitud del efecto: cerca de 50 % de reducción de la incidencia.

Diseño de estudio: metanálisis de ensayos clínicos (algunos aleatorizados, algunos con enmascaramiento) y estudios retrospectivos de cohortes.
Validez interna: buena.
Congruencia: buena.
Validez externa: buena.

Disponibilidad de alimentos no contaminados con aflatoxina B1

A partir de evidencia sólida, el reemplazo de alimentos contaminados con aflatoxina B1 por alimentos que tienen concentraciones más bajas de aflatoxina B1, conduce a la reducción de la mortalidad por cáncer de hígado.[15]

Magnitud del efecto: más de 50 % de reducción de la mortalidad por cáncer de hígado.

Diseño de estudio: tendencias históricas.
Validez interna: buena.
Congruencia: N/C.
Validez externa: N/C.

Intervenciones con evidencia inadecuada de disminución del riesgo de cáncer hepatocelular

Tratamiento del virus de la hepatitis C con antivíricos de acción directa

A partir de evidencia sólida, es posible que el tratamiento del virus de la hepatitis C (VHC) con antivíricos de acción directa (AAD) que produce una respuesta virológica sostenida (RVS) reduzca el riesgo de CHC.

Magnitud del efecto: los pacientes tratados con AAD que alcanzaron una RVS exhibieron una reducción de cerca de 75 % en el riesgo de CHC en comparación con quienes no alcanzaron una RVS.[16] La reducción del riesgo relativo con RVS fue similar en pacientes con cirrosis (cociente de riesgos instantáneos [CRI], 0,31; IC 95 %, 0,23–0,44) y en pacientes sin cirrosis (CRI, 0,18; IC 95 %, 0,11–0,30). No hay un riesgo mayor de CHC entre las personas, con cirrosis o sin esta, que recibieron AAD en comparación con aquellos que recibieron interferón.[26,27]

Diseño de estudio: cohorte retrospectiva, series de casos.
Validez interna: razonable.
Congruencia: razonable.
Validez externa: razonable.

Uso de estatina en adultos con el virus de la hepatitis B o el virus de la hepatitis C

A partir de evidencia sólida, es posible que el uso de la estatina se relacione con una reducción en el riesgo de presentar CHC en pacientes con infección por el virus de la hepatitis B (VHB) o el virus de la hepatitis C (VHC).[28] En ocasiones, se vincula el uso de estatina con la reducción en el riesgo de presentar CHC en todos los adultos.

Magnitud del efecto: en una revisión sistemática de estudios observacionales (coeficiente κ, 13), se hallaron reducciones relativas del 50 % en el riesgo de CHC en adultos con infección por el VHB o el VHC. Se observó un efecto estadísticamente significativo con el uso de la estanina lipofílica (CRI, 0,52; P < 0,001; κ, 2), pero no con el uso de la estatina hidrofílica (RR, 0,89; P = 0,21; coeficiente κ, 2) (P para la diferencia del subgrupo < 0,001).[28] Sin embargo, hubo una heterogeneidad moderada en los 2 estudios que informaron sobre el uso de la estatina hidrofílica: en un estudio, [29,30] se demostró una reducción relativa estadísticamente significativa del 49 % y en el otro estudio, [31,32] se demostró una reducción relativa no significativa del 5 %.

  • Diseño de estudio: revisión sistemática y metanálisis de un estudio observacional.
  • Validez interna: buena.
  • Congruencia: buena en todas las características de los pacientes, incluso para el posible estado de VHB o VHC, pero quizás desigual respecto al tipo de estatina que se usó (lipofílica vs. hidrofílica).
  • Validez externa: no está clara. En una revisión sistemática y un metanálisis de estudios observacionales y aleatorizados de adultos con infección por VHB o VHC o sin esta (coeficiente κ, 10), se informó que el uso de estatina se relacionó con una reducción relativa del 37 % para el CHC (oportunidad relativa [OR], 0,63; IC 95 %, 0,52–0,76). En 5 estudios, no se informaron los valores iniciales de prevalencia del VHB o el VHC, en 1 estudio se indicó que el 100 % de las personas presentaba infección por el VHB, en otro estudio se indicó que el 23,9 % de las personas presentaba el VHB y el 25,1 % el VHC al inicio, mientras que en otro estudio se notificó el 1,9 % y el 14,7 %, respectivamente. En otros 2 estudios, se informó que menos del 10 % de la población presentaba el VHB o el VHC. En los análisis de sensibilidad, se observó la relación entre el uso de la estatina y el CHC en los estudios observacionales (coeficiente κ, 7; OR ajustada, 0,60; IC 95 %, 0,49–0,73), pero no en los ECA (coeficiente κ, 3; OR, 0,95; IC 95 %, 0,62–1,45 [aunque los IC fueron amplios]).[33]

Referencias:

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  8. Perumpail RB, Wong RJ, Ahmed A, et al.: Hepatocellular Carcinoma in the Setting of Non-cirrhotic Nonalcoholic Fatty Liver Disease and the Metabolic Syndrome: US Experience. Dig Dis Sci 60 (10): 3142-8, 2015.
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  10. Calzadilla Bertot L, Adams LA: The Natural Course of Non-Alcoholic Fatty Liver Disease. Int J Mol Sci 17 (5): , 2016.
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Incidencia, mortalidad y supervivencia

El cáncer de hígado, sin importar su tipo histológico, representa cerca del 2 % de los diagnósticos de cáncer y el 5 % de las muertes por cáncer en los Estados Unidos, y no se ubica entre los 10 cánceres más diagnosticados en este país.[1] Sin embargo, es la sexta causa principal de muertes por cáncer en los Estados Unidos.[1] Se estima que en 2024 en los Estados Unidos se diagnosticarán 41 630 casos nuevos de cáncer de hígado y se prevé que haya 29 840 defunciones por esta enfermedad.[2] El cáncer hepatocelular (CHC) representa cerca del 71 % de todos los cánceres de hígado en los Estados Unidos.[2] En 1975, la incidencia del cáncer de hígado en los Estados Unidos fue de 2,64 por 100 000 habitantes. En 2019, la incidencia aumentó más de 3 veces a 8,66 por 100 000 habitantes.[3] Las tasas de supervivencia a 5 años varían según el estadio: del 37,3 % para la enfermedad localizada al 3,5 % para la enfermedad a distancia.[1] En los Estados Unidos, las tasas de incidencia por cáncer de hígado son más bajas en personas blancas y más altas en indígenas estadounidenses o nativos de Alaska. Las tasas de mortalidad por cáncer de hígado son más bajas en personas blancas y más altas en indígenas estadounidenses y nativos de Alaska. Las tasas también son más altas en los hispanos en comparación con quienes no son hispanos.[1]

A nivel mundial, el cáncer de hígado es el sexto tipo de cáncer más frecuente y la tercera causa principal de mortalidad por cáncer.[4] En todo el mundo, cada año se diagnostican 905 677 casos nuevos de CHC y se producen 830 180 muertes por esta enfermedad;[4] en la mayoría de los países, las tasas anuales de incidencia y mortalidad de CHC son casi idénticas.[4] El CHC es el quinto diagnóstico de cáncer más frecuente en varones y el noveno diagnóstico de cáncer más frecuente en mujeres.[4] La incidencia del CHC varía mucho según la ubicación geográfica.[4] Las regiones de incidencia más alta son el norte y oeste de África (Egipto, Gambia, Guinea) y el este o sureste de Asia (Mongolia, Camboya y Vietnam). La incidencia de CHC es baja en América del Norte y América del Sur, la mayor parte de Europa, Australia y partes del Oriente Medio.[4,5] En todo el mundo, el CHC es más frecuente en hombres que en mujeres.[4,5]

Referencias:

  1. National Cancer Institute: SEER Stat Fact Sheets: Liver and Intrahepatic Bile Duct Cancer. Bethesda, Md: National Cancer Institute. Available online. Last accessed April 12, 2024.
  2. American Cancer Society: Cancer Facts and Figures 2024. American Cancer Society, 2024. Available online. Last accessed June 21, 2024.
  3. Surveillance Research Program, National Cancer Institute: SEER*Explorer: An interactive website for SEER cancer statistics. Bethesda, MD: National Cancer Institute. Available online. Last accessed March 6, 2024.
  4. Sung H, Ferlay J, Siegel RL, et al.: Global Cancer Statistics 2020: GLOBOCAN Estimates of Incidence and Mortality Worldwide for 36 Cancers in 185 Countries. CA Cancer J Clin 71 (3): 209-249, 2021.
  5. Jemal A, Bray F, Center MM, et al.: Global cancer statistics. CA Cancer J Clin 61 (2): 69-90, 2011 Mar-Apr.

Factores con evidencia adecuada de aumento en el riesgo de cáncer hepatocelular

Infección crónica por el virus de la hepatitis B

La infección crónica por el virus de la hepatitis B (VHB) es la causa principal de cáncer hepatocelular (CHC) en Asia y África.[1] La hepatitis B se transmite por contacto con sangre, semen u otros líquido corporales de una persona infectada. En áreas con incidencia alta de infección crónica por el VHB y CHC, cerca del 70 % de las infecciones se adquieren en el período perinatal o en la niñez temprana.[2] Además de la transmisión de la madre al hijo, el VHB se puede transmitir por el contacto sexual o el contacto con sangre de una persona infectada.[3] En los Estados Unidos, la vía más común de transmisión es el intercambio de agujas de drogas inyectables.[4] Se calcula que de 850 000 a 2,2 millones de personas en los Estados Unidos padecen una infección crónica por el VHB [3] y que la infección produce del 10 % al 15 % de los casos de CHC.[5] La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que hay 240 millones de personas infectadas en todo el mundo.[4]

La evidencia de la relación causal entre la infección por el VHB y el CHC proviene de estudios etiológicos, series de casos, estudios de casos y controles, y estudios epidemiológicos prospectivos.[2] En los estudios ecológicos, se demuestra una fuerte correlación positiva entre la prevalencia de la infección crónica por el VHB, y la incidencia y mortalidad por el CHC. El VHB está presente en el tejido hepático de casi todos los pacientes seropositivos para el virus y que tienen CHC;[2] además, se encuentra ADN del VHB en el 10 % al 20 % de los tumores de CHC en pacientes seronegativos pero que exhiben anticuerpos contra el VHB.[2] En estudios de casos y controles y estudios prospectivos, se observaron cifras de oportunidad relativa y riesgo relativo (RR) de por lo menos 5 para la de infección crónica por el VHB.[2] En algunos estudios prospectivos, se observaron RR superiores a 50.[2] Se calcula que el riesgo para toda la vida de CHC en personas con infección crónica por el VHB es del 10 % al 25 %.[2] Los factores clínicos que se notificaron que aumentan el riesgo en personas infectadas por el VHB son los niveles altos de replicación del VHB, ciertos genotipos del VHB, una mayor duración de la infección y la coinfección por el virus de la hepatitis C (VHC), el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) o el virus de la hepatitis D.[6] La presencia de cirrosis aumenta el riesgo, aunque el VHB puede causar CHC en ausencia de cirrosis.[7]

La coinfección por el VHC tiene un efecto adicional en el riesgo.[8] Además, el grado de aumento del riesgo de infección crónica por el VHB varía con la presencia de otros factores y se analizan en secciones de este resumen que cubren esos factores específicos.

Infección crónica por el virus de la hepatitis C

La infección crónica por el VHC es la causa principal del CHC en América del Norte, Europa y Japón.[1] La infección crónica por el VHC explica cerca de un tercio de los casos de CHC en los Estados Unidos.[4] El VHC es un patógeno de transmisión hemática; antes del establecimiento de los exámenes de detección del VHC en los hemoderivados o los órganos humanos donados (1992), la infección por el VHC a menudo se adquiría durante las transfusiones de sangre o los trasplantes de órganos. En la actualidad, la mayoría de las infecciones nuevas obedecen al intercambio de agujas de drogas inyectables. Aunque el VHC se puede transmitir durante el contacto sexual, esto es infrecuente. Se calcula que entre 2,7 a 3,9 millones de personas tienen hepatitis C crónica en los Estados Unidos.[9] En este país, hay más casos atribuibles a la infección crónica por el VHC que a cualquier otro factor de riesgo.[10]

Si bien los mecanismos por los que el VHC aumenta el riesgo de CHC no están claros, se acepta que la infección crónica por este virus tiene una función causal en la formación del CHC. La evidencia de una relación sólida proviene principalmente de estudios transversales y de casos y controles, en los que se indica que las personas infectadas por el VHC tienen un aumento de por lo menos 15 veces en el riesgo de CHC en comparación con las personas sin infección por el VHC.[6] En un estudio prospectivo con más de 23 000 residentes de Taiwán, se observó una incidencia acumulada de CHC para toda la vida del 24 % en los hombres y del 17 % en las mujeres;[11] en otros estudios prospectivos, incluso en series de casos de personas infectadas de manera accidental por el VHC durante transfusiones de sangre, se obtuvo un intervalo amplio de cálculos de incidencia.[2] La razón de tal variabilidad es probable que obedezca a la variación en la prevalencia de fibrosis y cirrosis avanzadas en los grupos en estudio. Por lo común, la infección crónica por el VHC conduce a fibrosis hepática, pero el CHC es infrecuente en personas con infección por VHC que exhiben poca fibrosis o no tienen fibrosis.[6] Una vez que se presenta una cirrosis relacionada con el VHC, el CHC aparece en el 1 % al 8 % de los pacientes cada año.[6] Otros factores clínicos que se notifica que aumentan el riesgo en las personas con una infección crónica por el VHC son la coinfección por el VHB o el VIH, el genotipo 1b del VHC y la esteatosis.[6]

La coinfección por el VHB tiene un efecto adicional en el riesgo.[8] Además, el grado de aumento del riesgo de la infección crónica por el VHC varía con la presencia de otros factores y se analiza en secciones de este resumen que cubren esos factores específicos.

Cirrosis

Se calcula que la prevalencia de la cirrosis en los Estados Unidos es del 0,3 %, que corresponde a más de 600 000 adultos.[12] Debido a que la cirrosis se presenta en el 70 % al 90 % de los pacientes de CHC en el momento del diagnóstico,[13] se considera que es un factor predisponente del CHC.[14] En estudios de autopsias, el 80 % al 90 % de las personas que murieron por CHC tenían hígados cirróticos.[14] Se observó una tasa estandarizada de incidencia de 60 en un estudio prospectivo realizado durante 16 años de 11 065 personas danesas con cirrosis (más de la mitad de los casos causados por el consumo de bebidas alcohólicas).[2] El riesgo acumulado a 5 años de presentar un CHC en pacientes con cirrosis es del 5 % al 30 %, que depende de la causa y el estadio de la cirrosis.[6]

Todos los factores de riesgo del CHC también son factores de riesgo de cirrosis, excepto la aflatoxina B1.[1] En pacientes con diagnóstico confirmado de cirrosis, el riesgo de CHC quizás se pueda modificar con la eliminación del factor responsable de la cirrosis.[15] Sin embargo, la evidencia que apoya esa posibilidad es limitada, y es probable que la reducción del riesgo ocurra solo en pacientes con cambios precirróticos o con cirrosis en estadio muy temprano.[15]

Los pacientes con cirrosis relacionada con el VHC tienen un riesgo mayor de presentar CHC que aquellos con cirrosis relacionada con el VHB o con el consumo de bebidas alcohólicas.[14] Con datos obtenidos en varios estudios prospectivos, las tasas de incidencia acumulada a 5 años de CHC para personas con cirrosis y factores de riesgo específicos se calcularon como sigue: VHC, del 30 % en el Japón y del 17 % en los países occidentales; VHB, del 15 % en áreas endémicas y del 10 % en los países occidentales; consumo de bebidas alcohólicas, del 8 %.[14]

Consumo excesivo de bebidas alcohólicas

El consumo excesivo de bebidas alcohólicas causa cirrosis, entre el 8 % y el 20 % de los alcohólicos crónicos presentan esta afección.[1] El CHC también se presenta entre consumidores excesivos de bebidas alcohólicas que no tienen cirrosis. Se dispone de algunos datos que indican un efecto sinérgico en el riesgo de CHC por el consumo excesivo de bebidas alcohólicas y tabaco, esteatosis hepática y componentes del síndrome metabólico (SM).[16]

En muchos estudios epidemiológicos se examinó la relación entre el consumo de bebidas alcohólicas y el CHC; quienes pudieron analizar el efecto del aumento de la exposición, por lo general observaron una correlación positiva entre el consumo y el riesgo. Los siguientes RR (intervalos de confianza [IC] de 95 %) se obtuvieron mediante modelos derivados de un metanálisis: 1,19 (1,12–1,27) para 25 g diarios de bebidas alcohólicas; 1,40 (1,25–1,56) para 50 g diarios y 1,81 (1,50–2,19) para 100 g diarios.[1] Si bien hay acuerdo sobre que el consumo de bebidas alcohólicas, en particular el consumo excesivo, es un factor de riesgo importante para el CHC, la magnitud del aumento del riesgo varía entre los estudios.[16] En algunos estudios se notifica un aumento doble en el riesgo por el consumo excesivo, en otros se observa un aumento mayor: por lo menos de 5 veces. Es probable que la variabilidad se deba a muchos factores, como la elección de los participantes del grupo de control, la elección de las categorías de referencia, la definición del consumo excesivo de bebidas alcohólicas y la presencia de cofactores.

Las personas alcohólicas con cirrosis parecen tener un riesgo aproximado 10 veces más alto de presentar un CHC en comparación con las personas alcohólicas sin cirrosis.[14,16] En un estudio de cohorte de alcohólicos, el resumen de la tasa de incidencia fue de 0,2 por 100 años-persona con cirrosis y de 0,01 por 100 años-persona sin cirrosis.[14] La evidencia de un aumento del doble o del triple en el riesgo con el consumo excesivo de bebidas alcohólicas es más congruente para las personas con infección crónica por el VHC que para aquellas con infección crónica por el VHB.[16] En un estudio italiano de casos y controles, se observaron efectos sinérgicos del consumo excesivo de bebidas alcohólicas y la infección por el VHB o el VHC: el consumo excesivo de bebidas alcohólicas y la infección por el VHB condujo a un aumento de 50 veces en el riesgo; el consumo excesivo de bebidas alcohólicas y la infección por el VHC condujo a un aumento de 100 veces en el riesgo en comparación con la ausencia de consumo excesivo y las infecciones por el VHB o el VHC.[17]

Aflatoxina B1

La aflatoxina B1 es una micotoxina que puede contaminar el maíz y el maní almacenados en ambientes cálidos y húmedos.[2] Los grados más altos de exposición a la aflatoxina B1 se presentan en el África subsahariana, el sudeste de Asia y la China.[18]

En 1987, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) consideró que la aflatoxina B1 es carcinógena.[2] Se calcula que el riesgo poblacional de CHC atribuible a la aflatoxina B1 es del 20 % en el Pacífico occidental (incluso la China), del 27 % en el sudeste de Asia y del 40 % en África.[19] Es posible que tal exposición sea responsable hasta de 155 000 casos de CHC en todo el mundo.[19]

En estudios prospectivos de cohorte se estableció que la aflatoxina B1 es un factor causal del CHC y se demostró que la magnitud del riesgo varía con la presencia o ausencia de la infección crónica por el VHB. En un estudio anidado de casos y controles con cerca de 18 000 hombres residentes en Shanghái en la década de 1980, se indicó que la exposición a la aflatoxina aumenta 4 veces más el riesgo de las personas sin infección crónica por el VHB, pero la exposición aumenta el riesgo 60 veces más entre las personas con esta infección.[20] En un estudio de cohortes realizado después en Taiwán, se observó un aumento multiplicador similar o más que multiplicador para el riesgo con la presencia de ambos factores en comparación con la ausencia de ninguno de los factores.[20]

Esteatohepatitis no alcohólica

La esteatohepatitis no alcohólica (EHNA) es una afección activa y a la vez cambiante; puede remitir, persistir con un grado de actividad relativamente constante o causar una fibrosis progresiva que conduce a la cirrosis. Se calcula que el 6 % de la población de los Estados Unidos tiene EHNA y que el 2 % de los adultos en el país presentarán cirrosis relacionada con la EHNA en algún momento de sus vidas.[21]

En por lo menos 17 estudios prospectivos de cohortes, se examinó el riesgo de CHC en pacientes con enfermedad por hígado graso no alcohólico (EHGNA), pero en pocos estudios se analizó a pacientes con EHNA sola.[22] El estudio citado más a menudo con pacientes de EHNA es un estudio prospectivo que se llevó a cabo en los Estados Unidos en el que se examinó la experiencia del CHC en 195 pacientes de cirrosis relacionada con la EHNA. Luego de una mediana de seguimiento de 3,2 años, el 13 % de los pacientes recibió un diagnóstico de CHC.[23] La incidencia anual acumulada en esta serie de casos fue del 2,6 %. En una serie de casos con pacientes de VHC que se condujo al mismo tiempo, ese grupo exhibió tasas más altas (el 20 % tuvo un diagnóstico de CHC y una incidencia anual acumulada del 4 %).

Se observaron casos de CHC en pacientes de EHNA que no tienen cirrosis. Aunque no se dispone de cálculos confiables de riesgo, la mayoría de los investigadores creen que estas personas tienen un riesgo elevado, aunque más bajo que aquellas con cirrosis.[22]

Se sospecha que el SM, la obesidad, la diabetes de tipo 2, la resistencia a la insulina, la hipertensión, la hiperlipidemia o la dislipidemia son factores de riego de CHC y que se relacionan con la EHNA. En un estudio de 8,5 millones de personas realizado en 22 países, se notificaron los cálculos de prevalencia en pacientes de EHNA para los diagnósticos siguientes: sobrepeso u obesidad, 80 %; hiperlipidemia o dislipidemia, 72 %; diabetes de tipo 2, 44 % y SM, 71 %.[24]

Consumo de cigarrillos

La relación entre el consumo de tabaco y el cáncer de hígado se ha estudiado de forma extensa durante muchos años.[25] En los estudios epidemiológicos iniciales se encontraron relaciones positivas, pero existía la duda sobre la legitimidad de considerar el consumo de tabaco como un factor de riesgo independiente por la posibilidad de un factor de confusión residual debido al estado del VHB, el VHC y el consumo de bebidas alcohólicas. Asimismo, en algunos estudios se indicó que el aumento de riesgo existiría solo en subgrupos; en particular, los de pacientes con infección crónica por el VHB. En 2004, el CIIC notificó que el consumo de tabaco tenía una relación causal con el CHC; esta conclusión derivó de estudios en los que se observó un aumento sistemático del riesgo con el aumento de la duración o la intensidad del consumo de tabaco después de una consideración meticulosa de posibles factores de confusión.[25] En 2014, el Director General de Sanidad de los Estados Unidos concluyó que hay una relación causal según los resultados de estudios publicados después de 2004.[26]

En un metanálisis extenso publicado en 2009, se examinaron 38 estudios de cohortes y 58 estudios de casos y controles en los que se evaluó la relación entre el consumo de cigarrillos y el cáncer de hígado.[25] Los estudios varían en su grado de ajuste por factores de confusión posibles; en la mayoría se ajustó por edad y en cerca de un tercio el ajuste se hizo por el consumo de bebidas alcohólicas. Con relación a los no fumadores, el RR resumido (RRR) para fumadores activos fue de 1,51 (IC 95 %, 1,37–1,67) y para exfumadores de 1,12 (IC 95 %, 0,78–1,60). El cálculo puntual fue similar cuando el metanálisis se restringió a los 5 estudios de alta calidad en los que se realizó el ajuste por consumo de bebidas alcohólicas (RR, 1,45; IC 95 %, 1,14–1,80); los cálculos puntuales fueron similares, pero no significativos, cuando se restringió el análisis a 3 estudios en los que se realizó el ajuste por infección crónica por el VHB y a 3 estudios en los que se realizó el ajuste por infección crónica por el VHC. Se observó una relación dosis-respuesta de acuerdo con el número de cigarrillos fumados por día a pesar de que hubo una heterogeneidad estadística importante en los 8 estudios analizados juntos para ese metanálisis. En un estudio prospectivo de cohortes publicado después del metanálisis, se observaron aumentos lineales en el riesgo con el aumento del número de cigarrillos fumados por día, los años en los que se fumó y la cantidad de cajetillas consumidas por año; los análisis se ajustaron de acuerdo con los gramos de alcohol consumidos por día y también se observaron aumentos lineales significativos cuando se excluyó a las personas que consumen bebidas alcohólicas a diario.[27]

En un metanálisis en el que se examinó la relación entre el consumo de cigarrillos y las presencia o ausencia de la infección crónica por el VHB o el VHC, se observó lo siguiente:[28] en ausencia de una infección vírica, el consumo de cigarrillos se relacionó con un RR de cerca de 1,5 a 2; en presencia del VHB, el aumento fue aditivo y, en presencia del VHC, el aumento de riesgo fue más que multiplicador. En comparación con las personas sin infección por el VHB y que no fumaban cigarrillos, el cálculo ajustado de los efectos aleatorios fue de 21,7 (11,8-40) para aquellos con VHB que fumaban cigarrillos. En comparación con las personas sin infección por el VHC y que no fumaban cigarrillos, el cálculo ajustado de efectos aleatorios fue 19,6 (1,55-247) para aquellos con VHC que fumaban cigarrillos.[28]

Ciertas afecciones clínicas y genéticas poco comunes (hemocromatosis hereditaria no tratada, deficiencia de antitripsina α-1, glucogenosis, porfiria cutánea tardía y enfermedad de Wilson)

Se sabe que la hemocromatosis hereditaria (HH) no tratada, la deficiencia de antitripsina α-1 (AAA), la glucogenosis, la porfiria cutánea tardía (PCT) y la enfermedad de Wilson aumentan el riesgo de CHC. Si bien se sabe o se cree que estos aumentos de riesgo son grandes, estas afecciones contribuyen poco a la carga de morbimortalidad por CHC.

La hemocromatosis es un trastorno autosómico recesivo que conduce a la absorción excesiva de hierro alimentario y a una sobrecarga posterior de hierro en algunos órganos, incluso el hígado.[2] La mutación genética más común la expresa 1 de cada 200 y 1 de cada 400 personas de ascendencia del norte de Europa, aunque muchas de estas personas no presenta una sobrecarga progresiva de hierro.[29] Es posible que los pacientes de hemocromatosis presenten cirrosis. La incidencia anual de CHC en pacientes de hemocromatosis es del 4 % una vez que se comprueba la presencia de cirrosis.[30] En cohortes de pacientes de hemocromatosis no tratada y cirrosis, el número observado de casos de CHC es por lo menos 20 veces más alto que lo esperado.[29] Se detectó CHC en pacientes de hemocromatosis sin cirrosis, aunque es muy infrecuente.[29] Entre el 25 % y el 45 % de las muertes prematuras en pacientes de hemocromatosis se deben a un CHC.[29] La hemocromatosis se puede tratar con éxito mediante flebotomía repetida a intervalos necesarios.[30] El tratamiento previo a la presentación de cirrosis parece disminuir mucho el riesgo de CHC.[30] Se hipotetiza que la presencia de otros factores de riesgo de CHC, en particular la infección crónica por el VHB, la infección crónica por el VHC y el consumo excesivo de bebidas alcohólicas, podría aumentar el riesgo en pacientes de hemocromatosis no tratada de una manera más que aditiva,[29], pero no se dispone de datos apropiados para explorar esta posibilidad.

La deficiencia de AAT es un trastorno hereditario que afecta los pulmones, el hígado y, con poca frecuencia, la piel. Se calcula que cerca de 100 000 personas en los Estados Unidos tienen deficiencia de AAT.[31] La hepatopatía obedece a la acumulación dentro de los hepatocitos de una variante de las proteínas AAT no segregadas.[32] Las personas con ciertos genotipos de deficiencia de AAT tienen un riesgo alto de presentar CHC.[33]

La deficiencia de glucosa-6-fosfato-deshidrogenasa (G6PD) es un trastorno autosómico recesivo. También se conoce como enfermedad de Von Gierke y, con más frecuencia, como glucogenosis de tipo I o GT1. Las enzimas anormales afectadas en esta enfermedad son activas principalmente en el hígado y los riñones. La incidencia de la GT1 es de 1 por 100 000 nacidos vivos. Se reconoce que el CHC es una complicación tardía de la GT1.[34] No se dispone de cálculos del aumento del riesgo de CHC.

La PCT resulta de la actividad deficiente del uroporfirinógeno hepático; la porfiria aguda intermitente (PAI), también conocida como porfiria sueca, se caracteriza por la actividad deficiente del porfobilinógeno. La prevalencia de PCT en los Estados Unidos es de 1 en 25 000.[35] La PCT y la PAI se relacionan con aumentos del riesgo de CHC.[2] En un estudio prospectivo realizado en Suecia de personas con porfiria, se observó una tasa estandarizada de incidencia de 21 para la PCT y de 70 para la PAI.[36]

La enfermedad de Wilson (degeneración hepatolenticular) obedece a una anomalía genética heredada de manera autosómica recesiva que conduce a la deficiencia del transporte celular del cobre. La prevalencia en todo el mundo es de cerca de 1 en 30 000 nacidos vivos.[37] La enfermedad de Wilson produce un daño hepático progresivo que incluye cirrosis. La relación entre la enfermedad de Wilson y el CHC es incierta, pero se sospecha, debido a que en los pacientes con enfermedad de Wilson se observan tumores hepáticos, como el CHC.[38]

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Factores con evidencia inadecuada de aumento en el riesgo de carcinoma hepatocelular

Hígado graso no alcohólico

El hígado graso no alcohólico (HGNA) se diagnostica cuando la esteatosis hepática no se puede explicar por el consumo de bebidas alcohólicas o una infección vírica.[1] En general, es una afección asintomática benigna y, con frecuencia, se detecta por accidente.[2] El HGNA puede progresar a cirrosis o esteatohepatitis no alcohólica (EHNA). Es posible que hasta el 4 % de los pacientes de HGNA presenten cirrosis;[3] además, en un estudio clínico pequeño se indicó que entre el 20 % y el 50 % de los pacientes de HGNA presentan EHNA.[4] La observación de que los pacientes de HGNA presentaron estas afecciones, que se sabe que aumentan el riesgo de cáncer hepatocelular (CHC), permite concluir que el HGNA aumenta el riesgo de CHC.

Aunque tanto el HGNA como la EHNA tienen diferente importancia clínica, con frecuencia se combinan en una entidad clínica conocida como enfermedad por hígado graso no alcohólico (EHGNA). Aunque se dispone de cálculos de prevalencia y mediciones de RR para la EHGNA y EHNA, no se dispone de los mismos para el HGNA. Sin embargo, los cálculos para EHGNA pueden proporcionar un límite superior para el HGNA.

En los Estados Unidos, se calcula que la prevalencia de EHGNA es de 25 %.[5] La prevalencia de EHGNA se multiplicó más de dos veces en los últimos 30 años [1] y ahora es el trastorno hepático más común en los Estados Unidos.[1] En ocasiones, la EHGNA se describe como una manifestación hepática del síndrome metabólico (SM);[5] los aumentos de las tasas de EHGNA son paralelos a los del SM, incluso la obesidad y la diabetes de tipo 2.[1] El SM, la obesidad y la diabetes de tipo 2 son comorbilidades frecuentes de la EHGNA. Los cálculos de la prevalencia general de SM, obesidad y diabetes de tipo 2 en personas con EHGNA son los siguientes: SM, el 43 %; obesidad, el 51 % y diabetes de tipo 2, el 23 %.[1] En un metanálisis en el que se consideraron datos de países de todo el mundo, se notificó que el cociente de tasas de incidencia de CHC para pacientes de EHGNA versus pacientes sin esta fue de 1,94 (intervalo de confianza [IC] 95 %, 1,28–2,92).[1] Se diagnosticaron casos de CHC en pacientes cirróticos y no cirróticos con EHGNA.[6] En un estudio de 1 500 pacientes con EHGNA del Departamento de Asuntos de los Veteranos de los Estados Unidos, se presentaron 107 pacientes presentaron CHC. De los 107 pacientes, 6 tenían hallazgos de grado 1 (histológicos) de ausencia de cirrosis y 31 pacientes tenían hallazgos de grado 2 (en imágenes o muestras biológicas) de ausencia de cirrosis.[7] Además, el porcentaje de pacientes de CHC no cirróticos entre aquellos con EHGNA fue mayor que el observado para otros factores de riesgo de CHC conocidos.[7]

Síndrome metabólico

El síndrome metabólico se diagnostica cuando hay por lo menos 3 de 5 factores de riesgo metabólico (adiposidad central, concentraciones altas de triglicéridos, concentraciones bajas de lipoproteínas de alta densidad, concentraciones altas de glucemia en ayunas e hipertensión).[8] La prevalencia del SM ha aumentado durante por lo menos los últimos 30 años y, en 2012, más de un tercio de los adultos en los Estados Unidos cumplían con los criterios del SM.[9]

En un metanálisis de más de 7000 casos de CHC provenientes de 5 estudios, se calculó un cociente de riesgos de 1,8 (IC 95 % 1,37–2,40) para un diagnóstico de SM.[10] Los cocientes de riesgos combinados variaron (intervalo, de 1,2 [IC 95 %, 0,55–2,53] a 3,7 [IC 96 %, 1,78–7,58]).

Con frecuencia el SM y la EHGNA son afecciones comórbidas. Se calculó que la prevalencia de SM entre pacientes con EHGNA era del 42,5 % en un metanálisis en el que se incluyeron estudios realizados en todo el mundo.[1] Dado que la obesidad y la diabetes de tipo 2 (dos de los factores que se sospecha aumentan el riesgo de CHC), son causas componentes del SM y también son prevalentes en pacientes con EHGNA, no se justifican los intentos de usar datos epidemiológicos para esclarecer el efecto independiente del SM en el riesgo de CHC. Las relaciones observadas no se deben interpretar como vínculos causales.

Aunque solo en pocos estudios se examinó la resistencia a la insulina, la hipertensión y la dislipidemia, hay indicios de que las dos primeras se relacionan con un aumento en el riesgo de CHC.[11] Estos factores no se analizarán más a fondo.

Obesidad

La obesidad se ha evaluado en forma extensa como factor de riesgo para el CHC y, en la mayoría de los casos, se observó que hay un vínculo. En un estudio prospectivo multicéntrico de cohortes realizado en Europa con 177 casos de CHC, se analizó la obesidad central, medida por el cociente cintura-cadera; se observó un aumento de más de tres veces del riesgo de CHC en el tercil más alto (hombres, ≥ 27,81; mujeres, ≥ 26,65), en comparación con el tercil más bajo (RR, 3,51; IC 95 %, 2,09–5,87), después del ajuste por varios factores potenciales de confusión, incluso el consumo de bebidas alcohólicas.[12] En un metanálisis de 26 estudios prospectivos (25 337 casos de CHC), se notificó que la obesidad (IMC ≥ 30 kg/m2) se relacionó con un aumento de riesgo de cáncer primario de hígado (RRR, 1,83; IC 95 %, 1,59–2,11). Es de destacar que los estudios incluidos variaron en su control de los factores de confusión: en 11 no se controló el consumo de bebidas alcohólicas y en 15 no se controlaron los antecedentes de diabetes; además, no todos fueron estudios poblacionales. Sin embargo, los cálculos puntuales indicaron de un modo en general congruente un aumento modesto del riesgo y, además, se observaron relaciones de una magnitud similar en poblaciones del Japón y los Estados Unidos.[13,14]

Se calcula que la EHGNA se presenta hasta en el 90 % de las personas con obesidad.[15] La obesidad es un componente causal del SM, otro factor que se sospecha aumenta el riesgo de CHC; la obesidad también es una comorbilidad frecuente de la diabetes de tipo 2, otro factor que también se sospecha que aumenta el riesgo de CHC. No se justifican los intentos de usar datos epidemiológicos para esclarecer el efecto independiente de la obesidad en el riesgo de CHC. Las relaciones observadas no se deben interpretar como vínculos causales.

Diabetes de tipo 2

La diabetes de tipo 2 se ha evaluado en forma extensa como factor de riesgo para el CHC y, en la mayoría de los casos, se observó que hay un vínculo. El metanálisis más reciente de diabetes y CHC se publicó en 2012.[16] Se incluyeron 17 estudios de casos y controles y 32 estudios de cohortes; se observó un RR resumido de 2,31 (IC 95 %, 1,87–2,84) para la diabetes de tipo 1 o de tipo 2. De los 49 estudios utilizados para producir el RR resumido, solo 19 se habían ajustado por consumo de bebidas alcohólicas y 13 por obesidad. Algunos no fueron estudios poblacionales. El cálculo del riesgo resumido para la diabetes de tipo 2 sola, según los datos de 13 estudios, fue de 2,18 (IC 95 %, 1,58-3,01). Los estudios publicados desde el metanálisis produjeron cálculos similares a las de la medida resumida.[17]

Se calcula que la EHGNA se presenta hasta en el 70 % de las personas con diabetes de tipo 2.[15] La diabetes de tipo 2 es un componente causal de SM, otro factor que se sospecha aumenta el riesgo de CHC; la diabetes de tipo 2 es una comorbilidad frecuente de la obesidad, otro factor que también se sospecha que aumenta el riesgo de CHC. Un aspecto adicional de la complejidad de este tema es que la cirrosis puede causar diabetes.[18] Con la excepción de la cirrosis, no se justifican los intentos de usar datos epidemiológicos para esclarecer el efecto independiente de la diabetes de tipo 2 en el riesgo de HCC. Las relaciones observadas no se deben interpretar como vínculos causales.

Referencias:

  1. Younossi ZM, Stepanova M, Afendy M, et al.: Changes in the prevalence of the most common causes of chronic liver diseases in the United States from 1988 to 2008. Clin Gastroenterol Hepatol 9 (6): 524-530.e1; quiz e60, 2011.
  2. Dyson JK, Anstee QM, McPherson S: Non-alcoholic fatty liver disease: a practical approach to diagnosis and staging. Frontline Gastroenterol 5 (3): 211-218, 2014.
  3. Rinella ME: Nonalcoholic fatty liver disease: a systematic review. JAMA 313 (22): 2263-73, 2015.
  4. Calzadilla Bertot L, Adams LA: The Natural Course of Non-Alcoholic Fatty Liver Disease. Int J Mol Sci 17 (5): , 2016.
  5. Younossi ZM, Koenig AB, Abdelatif D, et al.: Global epidemiology of nonalcoholic fatty liver disease-Meta-analytic assessment of prevalence, incidence, and outcomes. Hepatology 64 (1): 73-84, 2016.
  6. Baffy G, Brunt EM, Caldwell SH: Hepatocellular carcinoma in non-alcoholic fatty liver disease: an emerging menace. J Hepatol 56 (6): 1384-91, 2012.
  7. Mittal S, El-Serag HB, Sada YH, et al.: Hepatocellular Carcinoma in the Absence of Cirrhosis in United States Veterans is Associated With Nonalcoholic Fatty Liver Disease. Clin Gastroenterol Hepatol 14 (1): 124-31.e1, 2016.
  8. Kim D, Touros A, Kim WR: Nonalcoholic Fatty Liver Disease and Metabolic Syndrome. Clin Liver Dis 22 (1): 133-140, 2018.
  9. Aguilar M, Bhuket T, Torres S, et al.: Prevalence of the metabolic syndrome in the United States, 2003-2012. JAMA 313 (19): 1973-4, 2015.
  10. Jinjuvadia R, Patel S, Liangpunsakul S: The association between metabolic syndrome and hepatocellular carcinoma: systemic review and meta-analysis. J Clin Gastroenterol 48 (2): 172-7, 2014.
  11. Rahman R, Hammoud GM, Almashhrawi AA, et al.: Primary hepatocellular carcinoma and metabolic syndrome: An update. World J Gastrointest Oncol 5 (9): 186-94, 2013.
  12. Schlesinger S, Aleksandrova K, Pischon T, et al.: Abdominal obesity, weight gain during adulthood and risk of liver and biliary tract cancer in a European cohort. Int J Cancer 132 (3): 645-57, 2013.
  13. Welzel TM, Graubard BI, Zeuzem S, et al.: Metabolic syndrome increases the risk of primary liver cancer in the United States: a study in the SEER-Medicare database. Hepatology 54 (2): 463-71, 2011.
  14. Chen Y, Wang X, Wang J, et al.: Excess body weight and the risk of primary liver cancer: an updated meta-analysis of prospective studies. Eur J Cancer 48 (14): 2137-45, 2012.
  15. Streba LA, Vere CC, Rogoveanu I, et al.: Nonalcoholic fatty liver disease, metabolic risk factors, and hepatocellular carcinoma: an open question. World J Gastroenterol 21 (14): 4103-10, 2015.
  16. Wang P, Kang D, Cao W, et al.: Diabetes mellitus and risk of hepatocellular carcinoma: a systematic review and meta-analysis. Diabetes Metab Res Rev 28 (2): 109-22, 2012.
  17. Wainwright P, Scorletti E, Byrne CD: Type 2 Diabetes and Hepatocellular Carcinoma: Risk Factors and Pathogenesis. Curr Diab Rep 17 (4): 20, 2017.
  18. Ferlay J, Soerjomataram I, Dikshit R, et al.: Cancer incidence and mortality worldwide: sources, methods and major patterns in GLOBOCAN 2012. Int J Cancer 136 (5): E359-86, 2015.

Intervenciones con evidencia adecuada de disminución del riesgo de cáncer hepatocelular

Vacunación contra el virus de la hepatitis B

Las vacunas contra el virus de la hepatitis B (VHB) están disponibles para la prevención de la infección por el VHB desde principios de la década de 1980.[1] La Organización Mundial de la Salud recomienda que todos los lactantes reciban la vacuna contra la hepatitis B tan pronto como sea posible después del nacimiento, preferiblemente dentro de las primeras 24 horas.[2] Ya en 2011, 180 países habían introducido la vacunación contra el VHB para lactantes y la tasa de cobertura mundial de vacunación contra el VHB para la dosis final se calculó en cerca del 78 %.[1] Se calcula que, en 2015, la prevalencia mundial de la infección por el VHB en niños menores de 5 años fue de alrededor del 1,3 %, en comparación con alrededor del 4,7 % en la época anterior a la vacunación.[2]

La evidencia epidemiológica sobre la capacidad de la vacuna contra la hepatitis B para reducir el cáncer hepatocelular (CHC) proviene de los estudios de seguimiento de niños y el riesgo de cáncer de hígado infantil. En un ensayo controlado aleatorizado por conglomerados de la vacunación contra el VHB para 75 000 recién nacidos en Qidong, China (un área donde el VHB es endémico), la tasa de incidencia del cáncer primario de hígado en el grupo de vacunación al nacer comparado con el grupo control (68 % de quienes recibieron la vacunación de rescate entre los 10 y 14 años) fue de 0,16 (intervalo de confianza [IC] 95 %, 0,03-0,77).[3] En un estudio de registros realizado en Taiwán, se identificó a 1509 pacientes 6 a 26 años con CHC y se observó que la incidencia de CHC por 100 000 años-persona era de 0,92 en la cohorte no vacunada y de 0,23 en las cohortes de recién nacidos vacunados.[4]

Es demasiado pronto para saber si la vacunación neonatal también reducirá el riesgo de CHC más tarde en la edad adulta y no se han publicado datos sobre el efecto de la vacunación en la edad adulta. De todos modos, la vacunación a cualquier edad antes de la infección debería reducir el riesgo de CHC. Los modelos matemáticos indican que la vacunación neonatal contra el VHB conducirá en última instancia a la eliminación mundial del 70 % al 85 % de los casos de CHC relacionados con el VHB.[5] Las vacunas de refuerzo actualmente no se recomiendan para personas sin inmunodepresión.[6]

Tratamiento de la infección crónica por el virus de la hepatitis B

La vacunación ampliada y prolongada contra el VHB reducirá a la larga el grupo de personas con infección crónica por el VHB; sin embargo, en el futuro inmediato es necesario reducir al mínimo las consecuencias posteriores de la infección crónica, incluso el riesgo de CHC. Las opciones de tratamiento para los portadores crónicos del VHB son el interferón y la terapia con análogos de nucleósidos o de nucleótidos (AN). El interferón se usa en pacientes jóvenes que desean un tratamiento breve y tienen una enfermedad hepática bien compensada,[7] aunque no se relaciona de forma sistemática con una reducción de la incidencia de CHC. Las reducciones del riesgo, cuando se observan, con frecuencia se ven entre quienes responden al tratamiento y presentaban antes hígado cirrótico.[8] Se ha observado una reducción sistemática del riesgo de CHC en pacientes tratados con terapia de AN, de manera independiente a la situación de la cirrosis.[8]

El grado de reducción del riesgo de CHC con la terapia de AN ha sido casi constante en todos los estudios, con pacientes tratados que exhiben cerca de la mitad del riesgo de aquellos que no reciben tratamiento con AN.[8,9] La mayoría de los estudios se realizaron en países fuera de América del Norte; sin embargo, en los dos estudios llevados a cabo en América del Norte se observaron reducciones estadísticamente significativas de tamaño similar. Una cohorte canadiense de 322 pacientes con infección crónica por VHB experimentó tasas de CHC más bajas de lo esperado: la tasa de incidencia estandarizada fue de 0,46 (IC 95 %, 0,23–0,82) para los pacientes tratados con AN, en comparación con los que no recibieron este tratamiento.[10] En una cohorte de los Estados Unidos de más de 2000 pacientes con infección crónica por el VHB, se observó un cociente de riesgos instantáneos de 0,39 (IC 95 %, 0,27–0,56) con el tratamiento, aunque la cohorte incluyó a pacientes tratados con interferón.[11]

La administración de lamivudina y adefovir a veces produce resistencia que conduce a una nueva elevación del riesgo de CHC.[8] Los tratamientos más nuevos de AN son más potentes y la resistencia es menos probable.[8] Todavía no hay suficientes datos disponibles para analizar si estas terapias conducirán a la misma o mayor reducción del riesgo de CHC, y si su efecto sobre el riesgo será diferente según el funcionamiento hepático y el grado de fibrosis.

Disponibilidad de alimentos no contaminados con aflatoxina B1

En Qidong, China, las tasas de cáncer primario de hígado son excepcionalmente altas debido a la infección crónica endémica por el VHB y un suministro de alimentos (predominantemente, maíz) con índices altos de contaminación por aflatoxina B1. Las reformas agrícolas establecidas en la década de 1980 condujeron a una mayor disponibilidad de arroz que, por lo general, tiene concentraciones más bajas de aflatoxina B1. Se utilizó un registro poblacional de cáncer para examinar la mortalidad por cáncer primario de hígado en Qidong entre residentes nacidos antes de 2002, el año en que se estableció la vacunación universal contra el VHB de los recién nacidos. En ese grupo, se observó una reducción superior al 50 % en la mortalidad por cáncer primario de hígado a partir del momento de la disponibilidad de arroz no contaminado. Se calcula que alrededor del 80 % del beneficio se encuentra entre los infectados por el VHB.[12]

Referencias:

  1. Kao JH: Hepatitis B vaccination and prevention of hepatocellular carcinoma. Best Pract Res Clin Gastroenterol 29 (6): 907-17, 2015.
  2. World Health Organization: Hepatitis B Fact Sheet. Geneva, Switzerland: World Health Organization, 2017. Available online. Last accessed April 12, 2024.
  3. Qu C, Chen T, Fan C, et al.: Efficacy of neonatal HBV vaccination on liver cancer and other liver diseases over 30-year follow-up of the Qidong hepatitis B intervention study: a cluster randomized controlled trial. PLoS Med 11 (12): e1001774, 2014.
  4. Chang MH, You SL, Chen CJ, et al.: Long-term Effects of Hepatitis B Immunization of Infants in Preventing Liver Cancer. Gastroenterology 151 (3): 472-480.e1, 2016.
  5. McGlynn KA, Petrick JL, London WT: Global epidemiology of hepatocellular carcinoma: an emphasis on demographic and regional variability. Clin Liver Dis 19 (2): 223-38, 2015.
  6. Leuridan E, Van Damme P: Hepatitis B and the need for a booster dose. Clin Infect Dis 53 (1): 68-75, 2011.
  7. Perrillo R: Benefits and risks of interferon therapy for hepatitis B. Hepatology 49 (5 Suppl): S103-11, 2009.
  8. Lai CL, Yuen MF: Prevention of hepatitis B virus-related hepatocellular carcinoma with antiviral therapy. Hepatology 57 (1): 399-408, 2013.
  9. Singal AK, Salameh H, Kuo YF, et al.: Meta-analysis: the impact of oral anti-viral agents on the incidence of hepatocellular carcinoma in chronic hepatitis B. Aliment Pharmacol Ther 38 (2): 98-106, 2013.
  10. Coffin CS, Rezaeeaval M, Pang JX, et al.: The incidence of hepatocellular carcinoma is reduced in patients with chronic hepatitis B on long-term nucleos(t)ide analogue therapy. Aliment Pharmacol Ther 40 (11-12): 1262-9, 2014.
  11. Gordon SC, Lamerato LE, Rupp LB, et al.: Antiviral therapy for chronic hepatitis B virus infection and development of hepatocellular carcinoma in a US population. Clin Gastroenterol Hepatol 12 (5): 885-93, 2014.
  12. Chen JG, Egner PA, Ng D, et al.: Reduced aflatoxin exposure presages decline in liver cancer mortality in an endemic region of China. Cancer Prev Res (Phila) 6 (10): 1038-45, 2013.

Intervenciones con evidencia inadecuada de disminución del riesgo de cáncer hepatocelular

Tratamiento del virus de la hepatitis C con antivíricos de acción directa

El tratamiento con antivíricos de acción directa (AAD) conduce a la eliminación de la infección por el virus de la hepatitis C (VHC) en casi todos los pacientes.[1] El objetivo del tratamiento es erradicar el ARN del VHC y lograr una respuesta virológica sostenida (RVS), que se define como un nivel de ARN indetectable 12 semanas después de finalizar la terapia. El logro de una RVS se vincula con una probabilidad del 97 % al 100 % de estar libre del ARN del VHC durante el seguimiento a 5 años y, por lo tanto es posible considerar que los pacientes se curaron de la infección por el VHC.[1]

Los resultados de los estudios sobre el riesgo de cáncer hepatocelular (CHC) después de alcanzar una RVS han sido contradictorios; en algunos se observaron aumentos del riesgo después del tratamiento.[2] En la mayoría de los estudios se incluyó a un número pequeño de pacientes y algunos tuvieron un tiempo de seguimiento insuficiente.[2] En algunos estudios, no se consideró que la presencia o ausencia de cirrosis pudiera afectar el efecto de los AAD en el riesgo de HCC.[3]

La evidencia más sólida hasta la fecha sobre el tratamiento con AAD y el riesgo de CHC se obtuvo en un estudio de cohortes con más de 22 000 veteranos estadounidenses que recibieron tratamiento con AAD para la infección por el VHC.[2] En esa cohorte, se determinaron 271 diagnósticos de CHC. Los pacientes tratados con AAD que obtuvieron una RVS exhibieron una reducción cercana al 75 % en el riesgo de CHC, en comparación con aquellos que no alcanzaron una RVS. La reducción en el riesgo relativo con RVS fue similar en pacientes con cirrosis (cocientes de riesgos instantáneos [CRI], 0,31, IC 95 %, 0,23–0,44) y en pacientes sin cirrosis (CRI, 0,18, IC 95 %, 0,11–0,30). Sin embargo, entre los pacientes que lograron una RVS, aquellos con cirrosis tuvieron un aumento de casi 5 veces en el riesgo de CHC, en comparación con aquellos sin cirrosis (CRI, 4,73; IC 95 %, 3,34–6,68).

Uso de estatina en adultos con el virus de la hepatitis B o el virus de la hepatitis C

Las estatinas, también conocidas como inhibidores de 3-hidroxi-3-metil-glutaril coenzima A (HMG-CoA)–reductasa, son medicamentos que reducen el colesterol. Las estatinas participan en la regulación de la proliferación celular, apoptosis y progresión tumoral en los pacientes de cáncer. Se informó que el uso de estas en el momento del diagnóstico se relaciona con una reducción en el riesgo de cáncer y una mejora en la supervivencia. En una revisión sistemática y metanálisis previos, se observó que el uso de estatina se vinculó con una reducción en la mortalidad por cáncer y la progresión general en los pacientes que comenzaron a recibir estatina después del diagnóstico de cáncer.[4] En un metanálisis previo, se indicó que el uso de estatina quizás se relacione con una incidencia menor de CHC; la reducción en el riesgo fue del 37 %.[5] Sin embargo, en este metanálisis se incluyó una población de pacientes con infección por el VHB o el VHC, o sin esta, lo que dificultó la interpretación de los resultados de las personas con un aumento en el riesgo de presentar CHC debido al VHB o el VHC.[6] Si bien en muchos estudios anteriores se ha indicado un vínculo entre el uso de estatina y la reducción en el riesgo de CHC, los resultados son mixtos.

Referencias:

  1. Simmons B, Saleem J, Hill A, et al.: Risk of Late Relapse or Reinfection With Hepatitis C Virus After Achieving a Sustained Virological Response: A Systematic Review and Meta-analysis. Clin Infect Dis 62 (6): 683-694, 2016.
  2. Kanwal F, Kramer J, Asch SM, et al.: Risk of Hepatocellular Cancer in HCV Patients Treated With Direct-Acting Antiviral Agents. Gastroenterology 153 (4): 996-1005.e1, 2017.
  3. Buonomo AR, Gentile I, Borgia G: Direct acting antiviral agents and hepatocellular carcinoma development: don't take it for granted. Transl Gastroenterol Hepatol 2: 101, 2017.
  4. Mei Z, Liang M, Li L, et al.: Effects of statins on cancer mortality and progression: A systematic review and meta-analysis of 95 cohorts including 1,111,407 individuals. Int J Cancer 140 (5): 1068-1081, 2017.
  5. Singh S, Singh PP, Singh AG, et al.: Statins are associated with a reduced risk of hepatocellular cancer: a systematic review and meta-analysis. Gastroenterology 144 (2): 323-32, 2013.
  6. Li X, Sheng L, Liu L, et al.: Statin and the risk of hepatocellular carcinoma in patients with hepatitis B virus or hepatitis C virus infection: a meta-analysis. BMC Gastroenterol 20 (1): 98, 2020.

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Última revisión: 2024-04-19

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